El ser humano, en su afán incansable de modificar todo aquello que no le agrada del mundo y de sus semejantes sostiene la idea de que es fundamental que los otros cambien, para que las cosas puedan mejorar. Pero es aquí cuando surgen interrogantes como: ¿y nosotros? ¿Por qué no nos damos también esa oportunidad de cambiar? ¿Acaso nuestras conductas y actos son siempre las mejores?
A veces resulta más fácil diagnosticar y decir que es lo que se debe hacer, en lugar de inmiscuirnos en el asunto y comenzar por casa. Si nos diéramos a esa tarea sabríamos que la imagen que tenemos de nosotros, no siempre suele corresponder con la imagen que perciben los demás de nuestra persona.